
Un plan posible y el rol que nos toca a cada venezolano, dentro y fuera del país
Por qué escribir sobre el “día después”
Durante mucho tiempo evité escribir sobre la reconstrucción de Venezuela. No porque no creyera en ella, sino porque el nivel de destrucción era tan profundo que cualquier reflexión parecía incompleta o incluso ingenua. Sin embargo, hay un punto en el que el silencio deja de ser prudente y empieza a ser irresponsable.
Todas las dictaduras caen. No es una opinión; es una constatación histórica. Lo verdaderamente difícil —y peligroso— es lo que ocurre después. Por eso decidí escribir este texto: no para anunciar un cambio, sino para pensar con seriedad qué tipo de país quedará cuando ese cambio ocurra y qué nos corresponde hacer a cada uno de nosotros.
Venezuela no fue solo empobrecida. Fue desarmada institucionalmente. Se rompió la relación entre la ley y la justicia, se normalizó la impunidad y se enseñó, durante años, que sobrevivir implicaba bordear o violar las reglas. Ese aprendizaje colectivo no desaparece por decreto. Y si no lo entendemos, estamos condenados a repetir el ciclo.
Venezuela no tiene solo una crisis económica: tiene una crisis de Estado
Quiero ser muy clara en esto, aunque incomode. Si Venezuela tuviera únicamente una crisis económica, bastaría con inversión, estabilización macroeconómica y tiempo. Pero Venezuela enfrenta algo mucho más profundo: una crisis de Estado.
Durante años, el Estado dejó de cumplir su función básica de organizar la convivencia. La justicia dejó de proteger y pasó a perseguir. La autoridad dejó de ser legítima. La ley dejó de ser un punto de referencia común y se convirtió en un instrumento arbitrario.
Cuando eso ocurre, la sociedad se adapta. Las personas aprenden a “resolver”, a desconfiar, a negociar con la ilegalidad. Yo no juzgo ese proceso: lo entiendo. Pero también sé que ese aprendizaje es uno de los mayores obstáculos para la reconstrucción. Porque cambiar un gobierno es difícil; desaprender una cultura de supervivencia es todavía más difícil.
La reconstrucción necesita un plan
Una de las grandes tentaciones después de una dictadura es creer que las buenas intenciones bastan. No bastan. La evidencia comparada en procesos de transición post-autoritaria muestra que los países fracasan cuando improvisan.
No todo puede hacerse al mismo tiempo. No se puede exigir confianza ciudadana si no hay resultados mínimos. No se puede reformar un sistema judicial en medio del caos. No se puede hablar de reconciliación mientras la impunidad sigue intacta.
Por eso insisto en algo que puede sonar técnico, pero es profundamente humano: el orden importa. Primero hay que estabilizar, luego legitimar y solo después transformar. No porque lo demás no sea importante, sino porque hacerlo fuera de secuencia suele generar frustración, violencia o nuevas formas de autoritarismo.
Estabilizar no es reformar: es evitar que el país se rompa más
Los primeros días después de la caída de un régimen autoritario son los más frágiles. No porque la gente no quiera cambio, sino porque los vacíos de poder atraen actores armados, redes criminales y oportunistas.
En esa fase inicial, el objetivo no es “arreglar” Venezuela. Es evitar que colapse por completo. Garantizar continuidad administrativa, proteger hospitales, agua y electricidad, prevenir la violencia de represalia y asegurar un mínimo de orden público no son medidas menores: son condiciones de posibilidad.
Aquí hay algo que quiero decir con toda claridad: la justicia inmediata sin reglas no es justicia. Es venganza. Y la venganza destruye legitimidad. Desde el primer momento debe quedar claro que habrá rendición de cuentas, pero dentro del debido proceso. No por indulgencia, sino porque sin legalidad no hay autoridad legítima.
Restaurar la ley cuando nadie cree en ella
Superada la emergencia inicial, comienza la parte más difícil: reconstruir la confianza en la ley. En Venezuela, durante años, la ley dejó de tener consecuencias predecibles. Y cuando la ley no es predecible, deja de ser ley.
Restaurar el Estado de derecho no significa que todo funcione perfectamente de inmediato. Significa que empieza a funcionar de forma coherente. Que las fiscalías investigan corrupción mayor. Que los tribunales deciden y publican sus decisiones. Que los contratos públicos se transparentan. Que los procesos se siguen, incluso cuando son lentos.
La ciudadanía no necesita perfección. Necesita señales claras de que la arbitrariedad está siendo reemplazada por reglas. Yo he visto, en distintos contextos, cómo pequeñas señales bien ejecutadas cambian percepciones profundas.
Justicia transicional: por qué no es olvido ni revancha
Uno de los conceptos más malentendidos en Venezuela es la justicia transicional. No es pasar la página. Tampoco es castigar indiscriminadamente. Es gestionar un pasado de abusos sin destruir el futuro.
La justicia transicional combina verdad, reparación a las víctimas, garantías de no repetición y, cuando corresponde, procesamiento de los máximos responsables. No busca llenar cárceles, sino desmontar estructuras de poder abusivas y reconocer el daño causado.
Esto es importante decirlo sin eufemismos: sin un proceso serio de justicia transicional, las heridas quedan abiertas. Y los países con heridas abiertas suelen recaer, una y otra vez.
Transformar la cultura institucional para no repetir la historia
Incluso cuando las instituciones se reconstruyen formalmente, existe un riesgo silencioso: que todo vuelva a capturarse. Por eso, la reconstrucción real debe incluir educación cívica, ética pública y profesionalización del servicio civil.
No se trata de discursos moralistas. Se trata de algo muy concreto: internalizar límites. Los países no recaen porque falten leyes, sino porque las normas no se respetan cuando incomodan.
Reconstruir Venezuela implica redefinir la relación entre el ciudadano y la autoridad. La autoridad legítima no se impone por miedo; se gana con coherencia, legalidad y servicio.
El rol de quienes viven —o vivirán— en Venezuela
Para quienes viven dentro del país, la reconstrucción empieza mucho antes que las grandes reformas. Empieza en lo cotidiano. Respetar normas básicas, rechazar sobornos, exigir procedimientos claros, cumplir contratos, entender que la ley protege incluso cuando incomoda.
Estas conductas no son apolíticas. Son profundamente políticas. Porque sostienen o erosionan el Estado de derecho todos los días.
Yo creo firmemente que sin participación ciudadana, sin control social y sin educación cívica intergeneracional, cualquier reconstrucción será frágil.
La diáspora venezolana: una reserva que no podemos desperdiciar
Más de ocho millones de venezolanos vivimos hoy fuera del país. Esto no es una nota al pie de página. Es una realidad estructural. Y también una oportunidad histórica.
La diáspora no tiene una deuda moral por haberse ido. Se fue porque el Estado falló. Su contribución no debe medirse en sacrificio, sino en impacto.
Desde el exterior, los venezolanos pueden transferir conocimiento institucional, abrir redes, facilitar cooperación, vigilar procesos y ayudar a reconstruir la reputación internacional del país. En un mundo que desconfía, las personas se convierten en puentes de legitimidad.
Contribuir no implica regresar inmediatamente. Los retornos temporales, las asesorías técnicas, las estancias académicas y las inversiones éticas son formas igualmente válidas de compromiso.
Volver, cuando se vuelve, con humildad
Algunos venezolanos decidirán regresar a vivir al país. Su rol será importante, pero también exigente. El retorno no debe reproducir autoritarismos, ni soberbia, ni imposiciones.
La reconstrucción no necesita salvadores. Necesita servidores públicos, profesionales éticos y ciudadanos conscientes.
Reconstruir valores: la parte que no se puede decretar
Infraestructura se reconstruye con recursos. Instituciones, con leyes. Pero los valores se reconstruyen con ejemplo repetido. Día tras día.
Cada venezolano contribuye cuando respeta una norma aunque nadie lo observe, cuando rechaza la violencia incluso en la frustración, cuando exige rendición de cuentas y acepta límites.
Ahí, y no en los grandes discursos, es donde se decide si un país realmente cambia.
La reconstrucción de Venezuela no será rápida ni perfecta. Habrá errores, tensiones y retrocesos. Pero también hay algo que nunca habíamos tenido en esta magnitud: millones de venezolanos formados, conectados y conscientes, dentro y fuera del país.
Venezuela no se reconstruirá solo desde el poder ni solo desde el exilio. Se reconstruirá cuando cada uno de nosotros entienda que su conducta, su conocimiento y su compromiso importan.
Yo escribo esto porque creo que pensar el día después con seriedad también es una forma de resistencia.
Las ideas clave que quiero que te lleves
- Venezuela no tiene solo una crisis económica, sino una crisis profunda de Estado.
La impunidad y la destrucción institucional son el núcleo del problema. - El día después de una dictadura es más complejo que su caída.
Sin planificación, el cambio político puede derivar en caos o nuevas formas de autoritarismo. - La reconstrucción requiere orden y secuencia.
Primero estabilizar, luego restaurar el Estado de derecho y, finalmente, transformar instituciones y cultura. - La justicia sin reglas no es justicia.
El debido proceso es la base de una transición legítima y sostenible. - La reconstrucción no es solo tarea del Estado.
Las conductas cotidianas de los ciudadanos sostienen o erosionan el Estado de derecho. - La diáspora venezolana es una reserva estratégica.
Contribuir no siempre implica regresar; el impacto importa más que la ubicación. - Sin reconstrucción de valores, no hay reconstrucción duradera.
Las leyes y la infraestructura no bastan sin responsabilidad cívica. - El cambio real empieza en cada uno de nosotros.
Venezuela no se reconstruirá sin ciudadanos conscientes de su rol.
Una pregunta que no es retórica
He escrito este texto desde la convicción de que la reconstrucción de Venezuela no es una tarea abstracta ni exclusiva de quienes ocupen el poder cuando el régimen caiga. Es, ante todo, un ejercicio de responsabilidad individual y colectiva.
Por eso quiero cerrar con una pregunta que no es retórica ni cómoda:
Cuando llegue el día después, ¿qué estás dispuesto —o dispuesta— a cambiar en tu propia forma de relacionarte con la ley, la autoridad y la convivencia para que Venezuela no vuelva a caer?
No hablo solo de grandes sacrificios ni de gestos heroicos. Hablo de conductas cotidianas, de límites aceptados, de decisiones pequeñas pero constantes.
Si este texto te hizo pensar, te invito a dejar tu reflexión en los comentarios del blog. No para polemizar, sino para construir una conversación honesta sobre el país que queremos —y el país que estamos dispuestos a sostener con nuestros actos.
Referencias
Banco Mundial. World Development Report: Governance and the Law. https://www.worldbank.org/en/publication/wdr2017
Banco Mundial. Pathways for Peace: Inclusive Approaches to Preventing Violent Conflict. https://www.worldbank.org/en/topic/fragilityconflictviolence/publication/pathways-for-peace-inclusive-approaches-to-preventing-violent-conflict
Naciones Unidas. Guidance Note of the Secretary-General: United Nations Approach to Transitional Justice. https://www.ohchr.org/en/documents/tools-and-resources/guidance-note-secretary-general-transitional-justice-strategic-tool
OECD. States of Fragility. https://www.oecd.org/en/publications/2025/02/states-of-fragility-2025_c9080496.html
United Nations Development Programme (UNDP). Rule of Law and Access to Justice in Fragile and Conflict-Affected Settings. https://www.undp.org/publications/strengthening-rule-law-crisis-affected-and-fragile-situations
Teitel, R. Transitional Justice. Oxford University Press.
North, D., Wallis, J., & Weingast, B. Violence and Social Orders. Cambridge University Press.

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